Consecuencias políticas de la fractura social en clave generacional 2/2

Por Joan Coscubiela

Diputado de Cataluña SiQueEsPot

Las consecuencias sociales de esta fractura en clave generacional son importantes: ruptura del ascensor social, desincentivos a los procesos formativos o fragilidad de las instituciones sociales construidas sobre la solidaridad intergeneracional, como la Seguridad Social.

Sin olvidar que la sensación de inseguridad que provocan genera, en amplios sectores de la ciudadanía, la búsqueda de soluciones políticas fáciles, cuando no simplistas, en las que las propuestas construidas sobre la oferta de seguridad –seguridad frente al futuro, seguridad frente a los riesgos, seguridad frente a los otros, los bárbaros– adquieren mucho predicamento.

Y las consecuencias políticas no son menores: deslegitimación de todas las formas colectivas de organización social, incluida el sindicalismo; aumento de las tendencias al individualismo, como estrategia defensiva; fuerte hegemonía ideológica de valores como el de la competitividad frente al de la cooperación, o auge de las opciones que identifican al otro como enemigo, siendo el enemigo siempre alguien cercano.

En cambio, el capital global y el poder político de los mercados, al aparecer a ojos de la ciudadanía como un poder muy lejano e inaccesible, se sale de rositas de la ola de indignación que recorre nuestras sociedades.

La facilidad con la que han penetrado las respuestas de reparto insolidario de empleo, salario y riqueza entre los trabajadores, dejando al margen de este esfuerzo redistributivo al capital, expresa también la hegemonía ideológica de este modelo social imperante.

El ejemplo más evidente es el “contrato único”. Con la coartada de ser una política para reducir la dualidad entre personas trabajadoras, lo que hace es reproducir esta ideología dominante en la que el culpable de la falta de derechos de un trabajador joven no es un sistema económico que busca beneficios intensos y a corto plazo, sino el padre o el abuelo de ese trabajador. Lo que justifica las propuestas de reparto insolidario del empleo, sin tocar los intereses del capital.

Para imponer ideológicamente estas alternativas políticas se incentiva la confrontación generacional, a partir de la culpabilización de los trabajadores con derechos y empleo de calidad, por las condiciones de “privilegio” que ostentan aquellos que han tardado varias generaciones de lucha para conquistar estos derechos, frente a aquellos a los que se les niega.

Esta lectura ideológica se ha trasladado también al debate sobre el modelo de protección social. Cada vez son más las reflexiones, estudios y propuestas que plantean que el gran problema es la desigualdad entre la protección social de los mayores y la de los jóvenes. Y la insostenibilidad de un sistema que protege “en exceso” a las personas mayores pensionistas en detrimento de las prestaciones sociales dirigidas a los más jóvenes. Por supuesto, en estas reflexiones no aparece nunca ni la insuficiencia del gasto social, ni la hipótesis de un mayor esfuerzo fiscal del capital y el patrimonio para reducir la baja protección social de los más jóvenes sin castigar a los mayores.

Esta realidad que se está imponiendo en todos los países desarrollados tiene graves consecuencias sociales y políticas.

La indignación frente a todo lo preexistente es hoy la forma en que se expresa el rechazo, especialmente de los jóvenes, hacia un modelo social y político que los excluye.

Y su respuesta es la articulación política de este conflicto en términos generacionales, que no siempre expresan la verdadera naturaleza del conflicto. El impacto se produce no solo en el terreno político, también en el de las organizaciones sociales. Y muy especialmente en todo aquello que afecta al trabajo y a su función de socialización y articulación social y política.

Una parte de los jóvenes no se está socializando, porque no han tenido oportunidad de ello, en las formas de trabajo ni en las formas de organización social construidas durante el siglo XX. Ni el centro de trabajo actúa como espacio de socialización de trabajadores jóvenes que no tienen estabilidad laboral alguna, ni el sindicalismo aparece como instrumento válido para canalizar sus demandas.

En este sentido, se ha producido una pérdida de centralidad social del trabajo y del sindicalismo como organización que, por otra parte, no está siendo sustituida por otras formas de organización estable. Por eso, todos los movimientos sociales que pretenden ocupar este espacio tienen una fuerte capacidad de galvanizar reacciones, pero muchas dificultades para estructurarse de manera estable.

Y ello tiene un fuerte impacto en la política, especialmente en el amplio espectro de la izquierda política. Porque lo que en sus orígenes es una fractura laboral, social y económica, se ha terminado convirtiendo en fractura política.

Es por lo que la mayoría de reacciones políticas que se están produciendo en Europa tienen a los jóvenes como protagonistas principales. En apariencia, se trata de reacciones o movimientos muy distintos entre sí en su expresión política, pero tienen un origen y unas causas compartidas: la fractura social en términos generacionales y las dificultades para que se expresen políticamente a través de los mecanismos sociales y políticos existentes.

Conviene insistir en que el conflicto no es nítidamente generacional. Continúan existiendo sectores de trabajadores que aún se socializan en las formas tradicionales, en las que el factor trabajo mantiene una fuerte centralidad, aunque las diferentes formas de precariedad dificulta mucho esta socialización.

En cambio, sectores importantes de jóvenes, en general bien formados, que no se pueden encuadrar de manera cerrada en ninguna categoría, pero que bien pudieran calificarse como los hijos precarizados de las clases medias, están protagonizando una ruptura emocional, social y política con todas las formas de organización social y política preexistente. Y están siendo los protagonistas en diferentes formas y facetas de esta ruptura.

Esta es una realidad compartida por todos los países desarrollados, que en España ha venido a coincidir con una fuerte crisis política de matriz propia, la del agotamiento del sistema político nacido de la Transición.

Sin construir una respuesta compartida en clave social y política que evite caer en la trampa de sustituir el conflicto social por un conflicto generacional, será muy difícil construir una alternativa que rompa esta hegemonía ideológica y su correspondiente mayoría política.

Este es uno de los factores de fondo que hace más compleja la confluencia política en proyectos que se han planteado establecer puentes generacionales

Para articular esta respuesta conjunta se necesita un relato compartido, que de momento no existe. Y este es nuestro principal reto en los próximos años.

Un reto que en España tiene cada vez más como eje una lectura compartida de la Transición de 1978 y de lo que ha venido a llamarse la respuesta del Proceso Constituyente, idea tan polimórfica como inconcreta

Sería necesario que en este proceso de construir un relato y una estrategia compartida no perdiéramos de vista que, hoy por hoy y con todas sus contradicciones, la Unión Europea es el único espacio en el que de momento podría articularse una respuesta al capitalismo global en ciertas condiciones de construir un equilibrio político de fuerzas.